"Quiero que la literatura sea una cabal explicitación,
por mi parte, no distingo entre mi vida y mis letras.
¿No dijo Goethe: Todas mis obras son fragmentos de una confesión general?”
A.Reyes
El brujo está consciente de que ya está muerto. ¿Una idea atroz? Nada más imperfecto. Si recordamos el excelente relato de Alfonso Reyes, El vendedor de la felicidad, vemos como este “embaucador”, invita a darse por muerto y abandonarse; por cinco centavos, recomienda el suicidio, un suicidio filosófico. ”En cuanto logre posesionarse de éste estado de ánimo, todas las cosas que le afectan pasarán a la categoría de ilusiones intrascendentales, y usted deseará continuar sus experiencias de la vida por una mera curiosidad intelectual, seguro de que está liberación lo espera” (Reyes, 1943). Darnos por muertos, nos hace, caminar con desapego; todos nuestros pasos dejan una huella, y la huella que dibuja el guerrero, ha de ser una huella impecable.
La impecabilidad, al ser lo único que defiende un guerrero, es lo único que lo define. Y al saber que no se tiene tiempo, con gratitud, se pueden abandonar todas nuestras exigencias personales. De este modo, Al principio del aprendizaje de C. Castaneda, a manera de enseñanza, don Juan expresa: Tú y yo no somos iguales, “Yo soy un cazador y un guerrero y tú eres un cabrón”. Aquí, la impecabilidad, es la diferencia.
Cada uno de nuestros actos tiene eco en lo insólito, la huella es la esencia del tránsito, de tal modo que: “El misterio de ser no tiene fin. Uno es igual a todo”, se dice en el Don del Águila. “Yo y los múltiples fenómenos de la naturaleza son lo mismo”, se asegura en el Tao. La diferencia está en el poder interpretativo.
“Para don Juan, pues, la realidad de nuestra vida cotidiana consiste en un fluir interminable de interpretaciones perceptuales que nosotros, como individuos que comparten una membrecía específica, hemos aprendido a realizar en común” (Castaneda 1973). La percepción es como una bisagra de todo lo que el hombre es y hace; además para C. Castaneda, la percepción está regida por lo que denomina: "punto de encaje". Punto de encaje: lugar donde encaja nuestra percepción, en la medida que adopta nuestra bisagra, es la forma en la cual intentamos ver el mundo, dado que hemos sido educados de un modo determinado.
“Para ti el mundo es extraño porque cuando no estas aburrido, estas enemistado con él – le dice don Juan a Castaneda-. Para mí el mundo es extraño porque es estupendo, pavoroso, misterioso, impenetrable; mi interés ha sido convencerte de hacerte responsable por estar aquí –a lo que Castaneda responde- Aburrirse con el mundo o enemistarse con él, es la condición humana. Pues cámbiala” (Castaneda, 1981) contesta seco don Juan, y agrega:
"Un día, descubrí que si quería ser un cazador digno de respetarme a mí mismo, tenía que cambiar mi forma de vivir. Me gustaba lamenparme y llorar mucho. Tenía buenas razones para sentirme víctima. Soy indio y a los indios los tratan como a perros. Nada podía yo hacer para remediarlo, de modo que sólo me quedaba mi dolor. Pero entonces mi buena suerte me salvo y alguien me enseñó a cazar. Y me di cuenta que la forma como vivía no valía la pena de vivirse… así que la cambie". (Castaneda, 1973).
Todo se transforma. Don Juan, rebasa el concepto del indio como víctima de las circunstancias debido a su realidad histórica, para dotarlo de la impecabilidad del ser, un ser impregnado de inmensidad y de misterio. De esta forma, se convierte como diría Paz, en el prólogo a las Enseñanzas de don Juan, en el “vencido indomable”. El cambio, se decía, es para hacerse accesible al poder; y dos de los métodos para lograrlo, son: conquistar el arte del acecho y el arte del ensueño. Comencemos por el primero.
El acecho o desatino controlado, consta de cuatro disposiciones : 1) el no tener compasión, 2) el ser astuto, 3) el tener paciencia, y 4) el ser simpático.
El guerrero acecha sin compasión, en primera instancia, a sí mismo. Para realizarlo debe abandonarse a su destino y perder toda importancia personal: “Ahora nos importa perder la arrogancia. Mientras te sientas lo más importante del mundo, no puedes apreciar en verdad el mundo que te rodea, eres como un caballo con anteojeras: nada más te ves tú mismo, ajeno a todo lo demás” (Castaneda, 1973).
El guerrero, abandona su vida, y se entrega a la impecabilidad, tal como lo aclara don Juan:
"El acecho es el arte de usar la conducta de un modo original con propósitos específicos, dijo que la conducta normal, en el mundo cotidiano!2C es rutinaria. Cualquier conducta que rompe con la rutina causa un efecto desacostumbrado en nuestro ser total. Ese efecto desacostumbrado es el que buscan los brujos, porque es acumulativo. Y su acumulación es lo que hace de un brujo un acechador... El verdadero desafío para los brujos videntes –continúo don Juan- fue encontrar un sistema de conducta que no fuera trivial ni caprichoso, y que fuera capaz de combinar la moralidad y el sentido de la belleza que distinguen a los brujos videnpes de los simples hechiceros. Y ese sistema se llama el arte del acecho" (Castaneda, 1987).
Del mismo modo, la poesía -al interior de la saga- está presente en momentos clave, se encuentran poemas de Juan Ramón Jiménez y de José Gorostiza. Don Juan, asegura que sin saberlo, los poetas merodean el intento y anhelan el camino de los brujos, pero como lo hacen de manera intuitiva y no deliberada, no llegan a un contacto pleno; sin embargo, la poesía, es capaz de captar sentimientos, y el poder, como el conocimiento, son sentimiento.
Si tomamos como ejemplo lo que Alfonso Reyes menciona como las características principales de Goethe, encontraremos más de una coincidencia, pues según Reyes, el temperamento deh poeta tiene principalmente tres características: “1) sentido de la belleza, 2) Sentimiento de la dignidad personal, 3) imaginación poética; y, posteriormente: a) gusto por la enseñanza, b) instinto moral-religioso, y c) afición a contemplarse a sí y a su mundo”. (Reyes, 1956). Haciendo un paralelismo, podríamos encontrar que el autor de Fausto, era un acechador nato.
(Don Juan) Dijo que nosotros como hombres comunes y corrientes, no sabemos que algo real y funcional, nuestro vínculo con el intento, es lo que nos produce nuestra preocupación ancestral acerca de nuestro destino. Aseguro que, durante nuestra vida activa, nunca tenemos la oportunidad de ir más allá del nivel de la mera preocupación, ya que desde tiempos inmemoriales, el arrullo de la vida cotidiana nos adormece. No es sino hasta el estar al borde de la muerte que nuestra preocupación ancestral acerca de nuestro destino cambia de cariz. Comienza a presionarnos para que veamos a través de la niebla de la vida diaria […] a esa altura, todo lo que nos queda es una angustia indefinida y penetrante; un anhelo de algo incomprensible; y una rabia comprensible por haber perdido todo […] me gustan los poemas por muchas razones –dijo- Una de ellas es porque captan esa preocupación ancestral y pueden explicarla (Castaneda, 1987).
En el mundo de don Juan, a la muerte -más que temerle- se le toma como la mejor de las consejaras, de tal suerte que no hay decisiones pequeñas ni grandes, todo son decisiones de cara a nuestra muerte: “la idea de la muerte es lo único que templa nuestro espíritu”, asegura don Juan (Castaneda, 1971).
El paralelismo bíblico es evidente, no somos más ni menos que cualquier otro ser viviente, el viento nos es común, la muerte nos iguala.
Todos caminan hacia una misma meta;
Todos han salido del polvo
Y todos vuelven al polvo.
(Eclesiastés 3-20)
Resulta lógico que, un fragmento de Muerte sin fin, del tabasqueño José Gorostiza, en la saga, se encuentre presente:
…este morir incesante,
tenaz, esta muerte viva,
¡oh Dios! que te está matando
en tus hechuras estrictas,
en las rosas y en las piedras,
en las estrellas ariscas
y en la carne que se gasta
como una hoguera encendida,
por el canto, por el sueño,
por el color de la vista.
…que acaso te han muerto allá,
siglos de edades arriba,
sin advertirlo nosotros,
migajas, borra, cenizas
de ti, que sigues presente
como una estrella mentida
por su sola luz, por una
luz sin estrella, vacía,
que llega al mundo escondiendo
su catástrofe infinita.
(Gorostiza, 1939)
Al oír el poema –dijo don Juan una vez que hube terminado de leer-, siento que ese hombre está viendo la esencia de las cosas y yo veo con él. No me interesa de qué trata el poema. Sólo me interesan los sentimientos que el anhelo del poeta me brinda. Siento su anhelo y lo tomo prestado y tomo prestada la belleza. Y me maravillo ante el hecho de que el poeta, como un verdadero guerrero, la derroche en la que los reciben!2C en los que la aprecian, reteniendo para sí, tan sólo su anhelo. Esa sacudida, ese impacto de la belleza, es el acecho (Castaneda, 1987).
El poder es un sentimiento.
(Continúa...)
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